¡ME DUELE!

Bastantes pacientes me han consultado telefónicamente durante el confinamiento puesto que han sufrido algún episodio de dolor. Un dolor que en muchos de los casos no tenia una causa aparente o una justificación, y de ahí su angustia y desconcierto.

¿A menudo asociamos el dolor a una lesión, pero hay siempre una correlación?

¿¿Es decir, siempre que hay una lesión sentimos dolor?? ¿Y al revés, siempre que hay dolor significa que nos hemos lesionado? La respuesta es no.

Es más, frente a un daño consumado, la intensidad del dolor que sentimos no siempre va en concordancia con el daño real de los tejidos, por ejemplo, cuando nos cortamos la yema de un dedo con un folio (¿No os ha pasado nunca? ¡¡¡Como duele!!!).

Empecemos por el principio… ¿qué es el dolor?

El dolor es una percepción de alerta vinculada al sistema de defensa que, tal i como define la IASP (International Association of Study of Pain), “…nos notifica la existencia de daño tisular actual o potencial o que es vivido como tal daño”.

Por lo tanto, no es necesario un daño tisular para su aparición, sino que basta con que se interprete que puede haberlo.

¿Y quién hace dicha interpretación? El jefe, nuestro sistema nervioso central (o dicho de otra forma más resumida, el cerebro).

Una percepción (en el caso que nos ocupa, el dolor) es una hipótesis cerebral de los que está ocurriendo fuera de nuestro cuerpo, a través de la información que llega del entorno hacia el sistema nervioso central a través de la información proveniente de los sentidos. I nuestro cerebro se enfrenta al reto de construir una historia lo más racional posible.

En concreto el Sistema Nociceptivo (hablaré con más detalle de él en la próxima publicación) es el encargado de detectar un estado de daño actual o potencial en los tejidos y de informar al sistema nervioso central para que éste último produzca una modulación de la respuesta.

Toda percepción tiene su función y el dolor pretende protegernos (sí, de hecho, en muchas ocasiones le tenemos que estar muy agradecidos) y promover la curación. El dolor ha sido promovido y seleccionado evolutivamente para modular nuestra conducta en períodos de adversidad: el malestar, la inhibición exploratoria y la apatía (pocas ganas de movernos y de hacer cosas nuevas), y la disminución del umbral del dolor (sentimos dolor con más facilidad) son conductas de preservación que aparecen con dicha modulación conductual.

Lo curioso es, que no es necesario un daño consumado para que se active dicha modulación de la conducta, puesto que la simple expectativa de daño es suficiente para activar tales conductas.

El cerebro siempre es el responsable de tomar la última decisión sobre si alguna cosa (por pequeña e insignificante que sea) es peligrosa para los tejidos y la integridad del individuo, y de si se requiere emprender una acción (proyectar dolor a la consciencia para dejar de utilizar una parte del cuerpo o decidir no realizar una acción potencialmente peligrosa).

Como seres humanos tenemos las capacidades de planificar un acontecimiento, de aprender rápidamente de una experiencia y de utilizar la lógica para predecir el futuro (el cerebro es predictivo, no reactivo). Por lo tanto, podemos identificar una situación/contexto/escenario como potencialmente peligroso mucho antes de que la información llegue a nuestros tejidos.

Resumiendo, aunque los estímulos dolorosos no tengan nada que ver con los tejidos, si nuestro cerebro los considera peligrosos, pueden ser suficiente para evocar dolor.

Con la situación actual que nos ha tocado vivir, hemos estado muchas horas encerrados en casa, pensando y mirando las noticias, y recibiendo un bombardeo informativo de alarma constante. Nuestro sistema nervioso ha estado en una situación de alerta nociceptiva constante, enfocando nuestra atención hacia el cuerpo y hacia una expectativa de síntomas para poder actuar lo más rápido posible ante la más mínima señal de peligro (en este caso, los síntomas del Covid-19), y por lo tanto nuestra sensibilidad ha incrementado para hacer saltar las alarmas ante la más mínima sospecha.

Como consecuencia, estímulos o estados corporales que previamente al confinamiento eran asintomáticos o silenciosos, ahora se han hecho conscientes y los hemos percibido.

Nuestro sistema nervioso ha aumentado su sensibilidad y su eficacia para protegernos mejor, pero como en todo gran programa informático, siempre hay algún error. Me explico mejor con un ejemplo muy ilustrativo:

“imaginaros que sois propietarios de una nave industrial, y tenéis la mala suerte de que una noche entran unos ladrones a robar. Evidentemente vuestro trabajo es muy importante para vosotros y no queréis que esto vuelva a suceder, y decidís que vais a invertir en el mejor sistema de seguridad con rayos infrarrojos para que nunca más entren ladrones sin que salten unas alarmas y los podáis pillar con las manos en la masa.

¡Perfecto! Ahora vuestro negocio está protegido ya podéis descansar tranquilos.

A media noche os llaman al teléfono, es la empresa encargada del sistema de seguridad, ¡las alarmas han saltado! ¿Cómo puede ser?

¡¡¡Os levantáis corriendo y vais directos a vuestro ordenador para consultar las cámaras de seguridad a ver si veis que ha pasado, y cual es vuestra sorpresa cuando veis a una pareja de ratoncitos muy monos campando por vuestra empresa!!!

¡Los rayos infrarrojos seguro que detectaran a unos ladrones, pero son tan altamente sensibles que hacen disparar las alarmas con algo que es inofensivo para vuestra empresa…unos ratoncillos!”

Tenemos un organismo maravilloso, que es capaz de recordar sucesos que ni nosotros mismo sabemos que están almacenados en algún rincón de nuestra memoria, y si detecta que hay alguna señal de alarma parecida al recuerdo almacenado y que éste podría ser peligroso para nuestra integridad física, pone en marcha toda la maquinaria necesaria para protegernos, y si con ello tenemos que sentir dolor, se asegurará de que lo sintamos.

Autora de la entrada: Anna Canet. Fisioterapeuta especialista en sistema musculoesquelético.

Bibliografía:

  • Butler D, Moseley G. Explicando el dolor. Adelaide: Noigroup; 2016.

  • Goicoechea A. Depresión y dolor, 2020.